viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA 8. El mito acerca de Satanás

NOTA 8.   El mito acerca de Satanás (véase Capítulo 11, nota al pie 23, y Capítulo 23, nota al pie 38)

¡Cuán profundamente arraigada y aceptada está la creencia popular de que todos los hechos malvados de una cierta gravedad se deben a influencia satánica! Pero esta creencia sugiere una dificultad que ha desconcertado y contrariado a muchos cristianos reflexivos. Son multitudes innumerables las que así transgreden. Y no se encuentran solamente en las sórdidas estancias de los barrios bajos de nuestras ciudades, sino también en mansiones llenas de riqueza y de cultura; no solamente en nuestras grandes y poco atractivas ciudades, sino en cada pueblo y aldea de la nación. Y estas cosas tampoco son específicamente del dominio de Satanás. Al contrario, si el vicio y el crimen son señales de su presencia y poder, otros países tienen que reclamar más de su actividad que el nuestro. Y cuando nos dirigimos a los escenarios más tenebrosos del paganismo, la pasmosa relación de repelentes vicios y crueldades demuestran de que allí el diablo tiene que hallarse aun más ocupado que en la cristiandad. Pero si la mayoría de los muchos miles de millones de humanos se hallan bajo su influencia personal, tiene que estar familiarizado con la vida y las circunstancias de cada individuo. ¿Tenemos entonces que llegar a la conclusión de que en la práctica es omnipresente y omnisciente? ¿Tenemos que adscribirle estos atributos de la Deidad?
Por lo que se refiere al mundo invisible, toda creencia que no repose sobre la revelación es esencialmente supersticiosa: ¿cuál es entonces el testimonio de las Escrituras acerca de esta cuestión? El primer capítulo de la Epístola a los Romanos trata la condición de los paganos con una claridad que no deja nada que desear. Así, acudamos a este pasaje, y pongamos a prueba la creencia popular mediante el mismo. Estas son las palabras:
«Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas... y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen (Ro. 1:21-28).»[1]
Si Satanás fuese el responsable inmediato de las inmoralidades más bajas de los hombres, es inconcebible que un pasaje así no aludiera a ello; pero no hay alusión alguna. Las palabras son claras y simples: «Dios los entregó»; y la naturaleza humana alienada de Dios explica propia corrupción en que los hombres han caído. Y no vale argumentar que aquí sólo se trata de la corrupción de los paganos. Si no se necesita del diablo para explicar las abominaciones del mundo pagano, ¿por qué qué apelar a lo sobrenatural para explicar los crímenes y vicios de la Cristiandad? Esto resulta tan antifilosófico como antiescriturario.
¿Y por qué iba Satanás a tentar a los hombres de esta manera? Esta forma de actuar sería inteligible si su poder sobre ellos dependiera de que llevasen vidas viciosas. Pero la Escritura pone en entredicho esta sugerencia. Algunos de los que le pertenecen son esclavos del vicio, pero otros son fanáticos religiosos de carácter intachable; y nuestro Señor declara de forma expresa que son los fanáticos los que están más alejados del reino.[2]
No se trata de que la inmoralidad sea un pasaporte para el cielo, ni ninguna recomendación al favor divino. Al contrario, es un camino a la «Ciudad de Destrucción»; pero es por esta misma razón que pone al hombre al alcance de la esperanza, porque es en la «Ciudad de la Destrucción» donde el Salvador está buscando a los perdidos. El devoto de vida intachable, que da gracias a Dios por no ser como los demás hombres, está totalmente del lado del diablo, mientras que si se viera tentado al pecado declarado, bien pudiera ser que fuese llevado a ponerse de rodillas para pronunciar aquella otra oración que traería a todo el cielo en su ayuda.
¡Cómo se simplificaría todo si la moralidad fuese una marca distintiva de los regenerados, y la inmoralidad caracterizase al resto! Pero no es el vicio el distintivo de la obra del diablo. Una de sus «estratagemas» es «una apariencia de piedad».[3] Entre los enemigos más peligrosos de Cristo y del cristianismo los hay que viven vidas puras y justas y que predican la justicia. «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia».[4] Y si los «mismos elegidos» quedan engañados por el fraude, se debe principalmente porque están cegados por este error del mito acerca de Satanás.
No es, repito, en el dominio de la moral donde se manifiesta de forma patente la influencia del diablo, sino en la esfera espiritual. Nuestra raza no ha surgido de de Adán en la inocencia de Edén, sino del Adán caído y pecador proscrito. De modo que la naturaleza humana se encuentra envenenada desde su misma fuente por la ignorancia y desconfianza hacia Dios. Es una naturaleza caída. Y es Satanás quien así la hundió. ¿Y vamos a asombrarnos entonces de que pueda influir en las corrientes principales de pensamiento y de acción de los hombres respecto a las cosas divinas? ¡No hay para asombrarse de que pueda controlar la religión de la raza humana!
Todo esto puede provocar una reacción de menosprecio en el agnóstico, pero lo emplazamos a que ofrezca otra explicación de estos hechos tan evidentes. El evolucionista pretende explicar la condición de los estratos inferiores de la humanidad, pero, ¿cómo puede explicar los fenómenos de la religión de la Cristiandad? A pesar de todas las ventajas que ofrece la civilización, las personas han vendido las sublimes verdades del cristianismo por las supersticiones del paganismo del mundo antiguo. Fantasías como la regeneración bautismal y la posesión de poderes místicos por parte de una casta sacerdotal, son totalmente repugnantes para el cristianismo, y el judaísmo, incluso en su apostasía, se hallaba libre de ello; pero, a pesar de todo, han sido incorporadas como parte integral de la religión cristiana. Esto, por sí solo, constituye ya una prueba de que, por lo menos en lo que respecta al origen del hombre, la evolución es falsa y la historia de la caída en Edén es cierta.
Pero este tipo de influencia satánica no implica ningún conocimiento de la experiencia interna de cada vida ni la posesión de atributos divinos. No implica ninguna acción dirigida simultáneamente contra de millones de personas esparcidas por todo el globo. Que el diablo actúa efectivamente sobre ciertos individuos es cosa que sí sabemos; pero la Escritura nos indica que son casos excepcionales. La advertencia a los Doce de que Satanás los había pedido, aunque se dirigía a todos ellos, se dirigía especialmente a Pedro. Es perfectamente normal que intentase hacer caer a los que sobresalían como campeones de la verdad. Y el discípulo más humilde no puede considerarse inmune frente a sus ataques. Él «anda alrededor», leemos, «como león rugiente, buscando a quien devorar».[5] Y un león al acecho puede también cazar al más débil como presa suya. Esto puede explicar los conflictos que a veces ponen a prueba la fe incluso de los más humildes de los cristianos.
La antigua clasificación, «el mundo, la carne y el diablo», es verdadera. Y nuestra lucha no es contra carne ni sangre.[6] En la esfera de la carne nuestra seguridad reside en la huida. Pero es imposible huir de Satanás. «Huye de las pasiones juveniles»;[7] pero en cambio: «Resistid al diablo, y huirá de vosotros».[8] Esta distinción queda claramente marcada en las Escrituras. Las más bajas «concupiscencias de la carne» se encuentran totalmente bajo el control del hombre, a no ser que de cierto esté debilitado por una viciosa indulgencia. Pero en el caso de los más fuertes y santos de los hombres, la única defensa contra los ataques de Satanás es «toda la armadura de Dios».[9]
Ya he hablado de la intención y de los métodos del diablo. Nadie, insisto, puede afirmar que no pueda utilizar los medios más bajos para atrapar a un ministro de Cristo, y así estropear su testimonio y destruir su utilidad. Pero se debe insistir con toda claridad que su esfuerzo normal no será tentarnos al tipo de pecados que llevan a la contrición y que nos enseñan cuan débiles somos; más bien que, apartándonos hacia una mera moralidad o religión o filosofía, busca debilitar o destruir nuestra conciencia de dependencia de Dios. Porque el pecado puede humillar a un cristiano; pero la filosofía y religión humanas solamente pueden fortalecer su propia estimación. Y el «lazo del diablo» es la soberbia,[10] no la humildad.
Sabemos de cierto que hay «espíritus inmundos». Y es posible que ciertas fases anormales de corrupción se deban, incluso en nuestros días, a una posesión demoníaca; pero esto es algo completamente diferente de las tentaciones satánicas. Y tampoco todos los demonios son «inmundos». Las «doctrinas de demonios» contra las que se nos advierte «en los postreros días» no son las incitaciones al vicio, sino a una moralidad más exigente y a una espiritualidad más trascendente incluso que la que ordena el cristianismo. El matrimonio mismo resulta repulsivo para esta corriente ascética, y rechaza de plano ciertos tipos de alimentos «que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos todos los creyentes».[11]
Las flagrantes inmoralidades de algunos de los conversos de Corinto no suscitaron en el apóstol ninguna sugerencia de que provinieran de alguna influencia satánica, excepto, en verdad, como un posible medio para la restauración de aquellos que habían pecado.[12] La advertencia «para que Satanás no gane ventaja sobre nosotros», se da cuando el celo de ellos en mostrarse limpios traiciona el resentimiento que sentían contra los delincuentes.[13] Y fue la llegada de falsos maestros «predicando a otro Jesús» lo que suscitó la advertencia adicional contra la «astucia» de la Serpiente, para que sus mentes no fueran corrompidas de «la sincera fidelidad a Cristo».[14] De nuevo, cuando se desencadenó la persecución contra la iglesia en Tesalónica, actuó diligentemente para informarse de su fe, temiendo que les hubiera «tentado el Tentador», y que les fallara la confianza en Dios.
Hay un pasaje en las Escrituras que algunos creen que constituye la refutación de lo que aquí se mantiene. En realidad, se puede presentar más bien en apoyo de ello. Las siguientes son las palabras con que comienza el segundo capítulo de Efesios:
«Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef. 2:1-3).
Los que leen este pasaje a la luz del mito acerca de Satanás se pierden por entero su especial enseñanza. La vida de todo hombre no regenerado, sea que esté significada por el vicio más burdo o por la moral más elevada, es «conforme al espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia». La vida de Saulo, el perseguidor, había sido tan pura e intachable como lo fue luego la vida de Pablo, el apóstol del Señor. Y, con todo, él se incluye a sí mismo con los conversos de Éfeso. De ahí el «todos» enfático del versículo tercero. Todos por igual habían andado «conforme al príncipe de la potestad del aire», y por ello, conforme a «la corriente de este mundo», porque Satanás es el príncipe de este mundo y su dios.[15] Bien lejos de implicar que sus «delitos y pecados» se debían a una incitación sobrenatural, el apóstol declara que habían sido totalmente naturales y humanos. Los sensuales gentiles no estaban sino «haciendo la voluntad de la carne», y el fanático judío «la voluntad de los pensamientos».[16] Porque los términos inmoralidad y pecado no son intercambiables. El primero tiene referencia a una norma arbitraria humana de lo que es recto; el segundo, a una norma totalmente divina. Como ya se ha indicado,[17] la esencia del pecado es rebeldía. El hombre fue dotado por su Creador con una voluntad totalmente libre. Pero, aunque toda la bendición dependía de que la mantuviera en sujeción, él la afirmó en oposición a la voluntad divina. Y, como resultado, «los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni [añade el apóstol] tampoco pueden».[18] Así, nuestra naturaleza caída ha quedado sujeta a su propia ley de la gravedad; y sería tan irrazonable esperar que un hombre realizase la hazaña física de elevarse levitando hacia el espacio como suponer que, aparte de la gracia divina, la vida de un pecador no regenerado pueda volverse hacia Dios. Tanto en un caso como en el otro, solamente un milagro puede explicar el fenómeno. Y era un milagro así el que habían experimentado tanto el apóstol mismo como los conversos efesios. De ahí las palabras adicionales: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo».[19] Lo cierto es que no se necesita de ningún milagro para capacitar a los hombres para vivir vidas religiosas y morales. Aquí, las palabras del canto de Enid son ciertas:
«Porque el hombre es hombre, y dueño de su destino.»[20]
Es en la esfera espiritual que, por la ley de su naturaleza, siempre gravita hacia abajo, y se aparta de Dios.
Como conclusión, quisiera señalar de nuevo que el cristiano que se vuelve hacia la profecía con una mente exenta de prejuicios debidos a puntos de vista tradicionales acerca de Satanás, hallará un nuevo significado en las predicciones que tienen que ver con los «días postreros». Todo lo que el diablo reivindicó en la Tentación fue tener una autoridad delegada, como se desprende de las palabras mismas que utilizó. A él, dijo, le había sido «entregada» la potestad y gloria de los reinos del mundo.[21] Pero al cristiano se le ha enseñado a atribuir el poder y la gloria solamente a Dios. Así, en su último gran esfuerzo, el Satanás encarnado pretenderá ser divino.[22] Y la mentira, se nos dice, quedará acreditada «con todo poder y señales y milagros mentirosos».[23] El «milenio» de Dios será precedido y falsificado por el reinado del Hombre de Pecado. Y el hecho de que el diablo le dará «su trono y gran autoridad»[24] ha llevado a la suposición de que su gobierno estará marcado por orgías licenciosas de violencia y de concupiscencia. Pero, entonces, ¿cómo podemos explicar las palabras de Cristo, de que el mundo lo saludará como al verdadero Mesías y que, si fuere posible, engañaría a los mismos elegidos con su impostura?[25] Si las leemos con una evaluación correcta del Satanás de las Escrituras, estas palabras de nuestro Señor constituyen una advertencia de la máxima solemnidad, incluso para el día en que vivimos; pero leídas a la falsa luz del mito acerca de Satanás, permanecen como un enigma irresoluble.

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[1] Todo el pasaje desde el v. 18 demanda un estudio cuidadoso. La ciencia explica la condición del hombre civilizado por una evolución, aunque la única ley a la que puede señalar es a la de degeneración: el resto es mera teoría. La revelación explica el estado del mundo en general por el hecho de que, habiendo poseído originalmente el conocimiento de Dios, lo perdieron voluntariamente, y por ello Dios les dejó en la oscuridad de su propia elección deliberada.
[2] Mateo 21:31
[3] 2 Timoteo 3:5
[4] 2 Corintios 11:14-15
[5] 1 Pedro 5:8
[6] Efesios 6:12
[7] 2 Timoteo 2:22
[8] Santiago 4:7
[9] Efesios 6:11
[10] 1 Timoteo 3:6-7
[11] Ver 1 Timoteo 4:1-4. De pasada se puede señalar que, en los años recientes, tanto en Europa como en América, estas doctrinas han sido enseñadas insidiosamente por ciertos espiritistas, que apoyan sus enseñanzas con unas vidas aparentemente puras e intachables.
[12] 1 Corintios 5:1-5
[13] 2 Corintios 2:11
[14] 2 Corintios 11:3-4
[15] Juan 14:30; 16:11; 2 Corintios 4:4
[16] En el N. T., «la carne» significa, por lo general, o el cuerpo o naturaleza corporal del hombre, o la naturaleza humana como un todo, en su condición corrompida y caída. Pero en Efesios 2:3 se contrasta con «los pensamientos», y por ello parece significar la naturaleza corporal corrompida. En Efesios 1:18 y 4:18 (como también en 1 Jn. 5:20), se traduce διάνοια como «conocimiento». (En 1:18 la versión revisada inglesa lee καρδία.) San Pablo utiliza la palabra carne en sentidos diferentes, incluso en el mismo pasaje; ver, p. ej., Efesios 2:3,11,15.
[17] Capítulo 11, nota 9.
[18] Romanos 8:7
[19] Efesios 2:4-5
[20] Idylls of the King.
[21] Lucas 4:6
[22] 2 Tesalonicenses 2:4
[23] 2 Tesalonicenses 2:9
[24] Apocalipsis 13:2
[25] Mateo 24:24. Ver Nota 7.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

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