viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA 3. El propósito de Los Hechos de los Apóstoles

NOTA 3.   El propósito de los Hechos de los Apóstoles (véase Capítulo 5, nota al pie 16)

Los Hechos de los Apóstoles está dividido por los teólogos en tres períodos principales: El hebraico (caps. 1–5); el de  transición (6–12), y el gentil (13–28). Pero esta clasificación es arbitraria. La sección hebraica incluye por lo menos los primeros nueve capítulos; y si el punto de vista acerca del libro que aquí proponemos es correcto, todo el resto del mismo se tiene que considerar como de transición. Que esto es así de una manera muy real no lo podrá dejar de reconocer ningún estudioso; y me aventuro a mantener que esta es la intención de la narración. La admisión de los gentiles, que se narra en el capítulo 10, tuvo lugar dentro de unas líneas estrictamente judías, como los apóstoles llegaron a saber, y como Santiago lo explicó en el Concilio de Jerusalén (15:33 y ss.). Los que fueron dispersados por la persecución que se inició tras el asesinato de Esteban predicaban «sólo a los judíos» (11:19). La nota marginal al versículo 20 en la versión revisada inglesa expone que no se tiene que forzar el pasaje para implicar una negación de esto. Que el ministerio de Pablo durante el año que pasó en Antioquía se limitó a los judíos queda claro por 14:27.[1] Cuando Pablo y Bernabé llegaron a Salamina procedentes de Antioquía, «anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos» (13:5). Cuando llegaron a Antioquía de Pisidia, de nuevo acudieron a la sinagoga (v. 14). Y no fue sino hasta después que los judíos rechazaron el ministerio que los apóstoles se volvieron «a los gentiles» (v. 46). Este pasaje marca una de las crisis menores en la narración. De nuevo, en Iconio los apóstoles predicaron en la sinagoga de los judíos (14:1). Como los «griegos» aquí mencionados asistían a la sinagoga, es evidente que eran prosélitos, y no deben confundirse con los «gentiles» de los versículos 2 y 5. El versículo 27 del capítulo catorce deja claro que el ministerio de Pablo entre los gentiles empezó con su estancia en Pisidia (cap. 13).
El capítulo 15 demanda una atención más plena que la que le podemos prestar aquí. Pero todos podrán ver que registra la sesión de un concilio de judíos para tratar de los nuevos problemas que se habían suscitado a causa de la conversión de los gentiles. Hechos 16:1-8 narra las visitas de los apóstoles a las iglesias existentes. A continuación, la visión del versículo 9 los llama a Filipos, donde (como probablemente en Listra) no hallaron ninguna sinagoga. Pero al pasar de allí a Tesalónica, «Pablo, como acostumbraba», frecuentó la sinagoga (17:2). Lo mismo tenemos en Berea (v. 10) y en Atenas (v. 17).
De Atenas Pablo fue a Corinto donde «discutía en la sinagoga todos los días de reposo» (18:4). Así también en Éfeso (v. 19 y 19:8). Fue desde allí que se dirigió a Jerusalén en aquella misión que algunos consideran como el cumplimiento de su ministerio, y por otros como su desvío del camino del testimonio a los gentiles que, al parecer le había sido marcado como el que debía seguir. Sea como fuere, habiendo sido llevado preso a Roma, su primera preocupación fue la de convocar, no a los cristianos, a pesar de lo mucho que deseaba verlos (Ro. 1:10-11), sino «a los principales de los judíos», y ello para darles el testimonio que había llevado a su nación en cada lugar adonde le había llevado su ministerio. En su primer discurso ante ellos afirmó su posición como un judío entre judíos: «No habiendo hecho nada contra el pueblo [les dijo], ni contra las costumbres de nuestros padres» (28:17); pero cuando éstos, los judíos de Roma, rechazaron la misericordia ofrecida, su misión a los de su nación llegó a su final; y separándose por primera vez de ellos, exclamó: «Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a vuestros padres» (V.Μ.). Y procedió a repetir las palabras que nuestro mismo Señor había utilizado en aquella crisis similar de Su ministerio cuando la nación le rechazó abiertamente (Hch. 28:25; Mt. 13:13, cp. 12:14-16).
Mantengo que Hechos, como un todo, es el registro de una dispensación temporal y transicional en la que la bendición se ofreció de nuevo al pueblo judío, y fue de nuevo rechazada. De ahí el constante énfasis con que se pormenoriza el testimonio a Israel, y la forma incidental en que se narra el testimonio a los gentiles. De los miles de bautizados en Pentecostés no cabe duda de que una gran proporción era de los extranjeros que se mencionan en 2:9-11; y estos llevaron el testimonio a los judíos en los lugares allí enumerados. Por lo que se refiere a los cinco mil hombres mencionados en 4:4, estos parece que residían en Jerusalén, y cuando fueron dispersados por la persecución que siguió a la muerte de Esteban, «iban por todas partes, anunciando el Evangelio», pero «sólo a los judíos» (8:1-4 y 11:19). Podemos suponer con toda seguridad que no hubo un solo distrito ni ninguna aldea donde habitasen judíos donde no llegase el Evangelio.
Algunos, quizás, apelarán a pasajes como Hechos 15:12 para refutar mi afirmación de que los milagros tenían una especial referencia a la nación favorecida. No obstante, el investigador cuidadoso verá que nada hay en la narración que sea inconsecuente con lo que afirmo. Por ejemplo, el milagro en Listra fue en respuesta a la fe de un hombre, que se benefició del mismo (14:9), y su efecto sobre los paganos testigos del mismo no fue el de llevarles al cristianismo, sino primero a el de llevarlos a rendir homenaje divino a los apóstoles y después, al descubrir que no eran dioses, sino hombres, a apedrearlos. No he dicho que no se efectuaron milagros entre los paganos, sino que, cuando se llevó el Evangelio a éstos, los milagros perdieron su lugar preeminente, y que cesaron totalmente justo alrededor del tiempo en que, si la hipótesis comúnmente difundida fuese cierta, hubieran sido del máximo valor. El gran milagro de 16:26 fue una intervención divina en favor del apóstol Pablo y Silas. Y entre los judíos de Éfeso (19:11) y los cristianos de Corinto (1 Co. 12:10) hubo milagros, como indudablemente también en otros lugares. Pero no hubo milagros en presencia de Félix ni de Festo ni de Agripa; y, como ya se ha señalado, cuando Pablo compareció ante Nerón ya se había acabado la era de los milagros. Los milagros de Hechos 18:8-9 son cronológicamente los últimos que se registran, y las epístolas posteriores guardan un silencio total acerca de los mismos.

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[1] Debido a que si los gentiles hubieran sido evangelizados durante su primera visita, no habría existido ninguna necesidad de anunciar a su vuelta que Dios había abierto la puerta de la fe a ellos.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

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