viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA 11. Sobre los ataques «críticos»

NOTA 11. Sobre los ataques «críticos» (véase Capítulo 13, nota al pie 4)
El escéptico raras veces admite que una posición que él haya mantenido alguna vez sea insostenible, y hay una señalada excepción a ello que merece una mención especial. No contento con haber descuartizado el Antiguo Testamento, la crítica se ha lanzado también a un desenfrenado ataque contra el Nuevo Testamento. «Se ha demostrado» (dice un escritor reciente) «que la selección de los libros que lo componen y su separación de la gran masa de falsos Evangelios, epístolas, y literatura apocalíptica constituyó un proceso gradual y que, en verdad, el rechazo de algunos de los libros y la aceptación de otros fue accidental».[1] Pero todo esto ha sido ahora desmentido por la mayor autoridad viviente sobre el tema, el profesor Harnack de Berlín. Y su testimonio es tanto más valioso debido a que no muestra ninguna señal de arrepentimiento respecto a su absoluto rechazo del cristianismo. Él mismo, el mayor campeón de la antiortodoxia, admite abiertamente que en este asunto los críticos están equivocados y que los ortodoxos están en lo cierto. Presento aquí un extracto del prefacio de su reciente obra acerca de The Chronology of the Oldest Christian Literature (La cronología de la literatura cristiana más primitiva):
«Hubo un tiempo —y desde luego el público en general no lo ha superado— en que se consideraba que la literatura cristiana más antigua, incluyendo el Nuevo Testamento, era un tejido de engaños y de falsificaciones. Este tiempo ha pasado. Para la ciencia fue un episodio en el que aprendió mucho, y después del cual tiene mucho que olvidar. No obstante, los resultados de las siguientes investigaciones van en una dirección “reaccionaria”, más allá de lo que podría denominarse la posición intermedia de la crítica actual. La literatura más antigua de la Iglesia, en todos sus puntos principales y en la mayor parte de los detalles es, desde el punto de vista de la crítica literaria, genuina y digna de confianza. En todo el Nuevo Testamento hay con toda probabilidad sólo un escrito aislado que puede considerarse como seudónimo en el sentido estricto de la palabra: esto es, la Segunda Epístola de Pedro.»
Esta es solamente una de las muchas pruebas de que se ha invertido la marea que en años recientes amenazaba con minar la fe cristiana. En el escepticismo de nuestra época no hay nada especial, excepto que muchos de sus paladines son personas que están comprometidas públicamente y pagadas para enseñar precisamente lo que niegan. Son sólo los inestables y los ignorantes los que resultan abrumados por un libro como el que acabamos de mencionar.[2] Ni los bien instruidos ni los espirituales pueden ser por ello inducidos a rechazar la Biblia como un fraude y el cristianismo como una superstición. Pueden comprender la diferencia entre una revelación divina y los comentarios humanos. Para dar un solo ejemplo, no consideran que la cronología Ussher-Lloyd en el margen de nuestra Biblia inglesa sea «igualmente inspirada que el mismo texto sagrado».[3] Y en tanto que rehúsan aceptar crédulamente las extravagantes conjeturas de ciertos egiptólogos acerca de la antigüedad de antiguas dinastías, reconocen que los «períodos conjeturales» entre el Diluvio y el Reino deben ser más extendidos.
Si eliminamos de una parte los errores de los teólogos y de los «armonizadores», y de la otra las teorías (en distinción a los datos) de la ciencia, el voluminoso tratado de A. D. White quedaría reducido a proporciones muy pequeñas. Toda la controversia sobre la «cosmogonía mosaica» desaparece en el acto, y muchos de los asuntos que parecen de gran importancia se desvancen al fondo de la imagen o desaparecen por completo. Además, existe en las Sagradas Escrituras una «armonía escondida» desconocida por aquellos que ignoran el esquema de tipo y de profecía que impregna a la totalidad. El estudio de dicha armonía constituye un verdadero antídoto al escepticismo. No hay ningún estudioso de la profecía que sea escéptico. Y por lo que se refiere a la tipología de las Escrituras, que constituye el alfabeto del lenguaje en el que está escrito el Nuevo Testamento, no hay ni uno solo de los racionalistas que haya dado pruebas de poseer ningún conocimiento de ella. La ignorancia del alfabeto constituye una debilidad fatal por parte de quienes pretenden exponer el texto; y esta ignorancia, que Hengstenberg lamentó en sus tiempos, sigue siendo absoluta sin excepción en el caso de todos aquellos que están intentando demostrar que la Biblia es tan solo un libro humano. «La verdad extrae la armonía oculta, cuando la incredulidad solamente puede negar desde un obtuso dogmatismo.»



[1] White, A. D., Warfare of Science with Theology, vol. II, p. 388. El nombramiento de este escritor para la Embajada Americana en Berlín atraerá, indudablemente, una creciente atención a su obra. Queda patente su habilidad forense en la utilización que hace de su gran erudición; porque, aparte de una importante omisión, su obra es totalmente enciclopédica. Su acusación contra la «teología» es abrumadora y, naturalmente, veo con simpatía mucho de lo que dice. Pero del cristianismo, por lo que se puede ver en su tratado, no conoce nada en absoluto. Para él nuestro divino Señor es tan solamente «el bendito fundador» de la religión cristiana, el Buda de la cristiandad. En realidad pertenece a la numerosa clase de personas a las que, sin pretender ofender, se las puede describir de una manera apta como budistas cristianizados.
[2] Ibid.
[3] Ibid, vol. I, pág. 253.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

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