viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA 10. El valor de la oración

NOTA 10.   El valor de la oración (véase Capítulo 13, nota al pie 13)

«Entonces, ¿qué valor tiene la oración?», se preguntarán algunos, y «¿qué lugar queda para ella?». Es con gran cautela que me atrevo a expresar mis pensamientos sobre esta cuestión que durante mucho tiempo se han formado en mi mente. Y lo hago solamente porque es posible que con ello pueda aliviar a muchos que se siente amargamente decepcionados ante el aparente incumplimiento de las promesas que aparecen en los Evangelios con respecto a la oración. Las palabras no pueden ser más claras cuando el Señor expresa a Sus discípulos que el poder del Todopoderoso estaba totalmente a disposición de ellos, si tan sólo tenían fe. Cuando se asombraron de que la higuera se hubiera secado por Su palabra, les dijo que también ellos podrían ordenar aquello, e incluso que una montaña se moviera de su sitio. Y les dijo además: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mt. 21:20-22). ¡Cuántos hay que con el más intenso fervor han reclamado el cumplimiento de estas promesas, y han cosechado una amarga decepción que ha hecho vacilar su fe! Naturalmente, es fácil explicar el fracaso leyendo en esta promesa unas condiciones de uno u otro tipo, aunque el Señor mismo no puso ningunas. Pero en lugar de manipular Sus palabras, consideremos si la verdadera solución a esta dificultad no puede hallarse en la verdad que se ha tratado de exponer a lo largo de estas páginas.
Y aquí llama la atención el hecho extraordinario de que mientras que el testimonio de la dispensación pentecostal nos presenta el cumplimiento práctico de todas estas promesas, las Epístolas, que desarrollan la doctrina de la presente dispensación y que describen la vida que se ajusta a dicha doctrina —la vida de la fe— inculcan pensamientos esencialmente diferentes acerca de la oración, pensamientos que están totalmente de acuerdo con la verdadera experiencia de los cristianos espirituales.[1]
Algunos quizá podrán alegar que, en tanto que los Evangelios más antiguos pudieran recibir esta explicación, San Juan no puede ser tratado de esta forma. Como respuesta sólo puedo alegar que el lector reflexivo considere si cada palabra dirigida a los apóstoles se ha de entender como aplicable a todos los creyentes en todas las épocas o no. Tomemos Juan 14:12 para someter esto a prueba. ¿Acaso cada creyente está dotado de poderes milagrosos iguales o mayores que los ejercidos por el Señor mismo? Inmediatamente nos encontramos dispuestos a limitar el alcance de estas palabras. Entonces, ¿está tan claro que las palabras que siguen inmediatamente son de aplicación universal? Tenemos el hecho, repito, de que estas dos promesas se demostraron ciertas en la dispensación pentecostal, y que ninguna de ellas ha resultado de aplicación en la iglesia cristiana.[2] Lo mismo sucede con los pasajes del capítulo 15:16 y del 16:23 y siguientes.
Pero se preguntará: ¿No se repite explícitamente esta promesa en la Primera Epístola de San Juan (3:22 y 5:14-15)? No creo. Me parece que los apóstoles fueron dotados en un sentido especial tanto para actuar como para orar en el nombre del Señor Jesús, mientras que el cristiano debería inclinarse ante las palabras «según Su voluntad». Como señala aquí el Deán Alford: «Si conociéramos totalmente Su voluntad, y nos sometiéramos a ella de corazón, nos sería imposible pedir nada, tanto para el espíritu como para el cuerpo, que Él no lo oyese y lo cumpliese. Y es este estado ideal, como siempre, el que el apóstol tiene a la vista». Pero con demasiada frecuencia el cristiano hace que sus propios anhelos o sus propios intereses, y no la voluntad divina, formen la base de su oración; luego procede a persuadirse a sí mismo de que su petición será concedida; a continuación considera que esta «fe» constituye una garantía de que su oración ha sido atendida; y al final, cuando la conclusión desmiente sus esperanzas, deja paso a la amargura y a la incredulidad. La verdadera fe se halla siempre preparada para un rechazo. Algunos, leemos, por medio de la fe «obtuvieron las promesas»; pero no es menos que «por medio de la fe» «otros fueron atormentados, no aceptando el rescate».
Algunos creerán quizás que todo lo que aquí se alega queda suficientemente refutado por las llamadas «extraordinarias respuestas a la oración», como las que ciertos cristianos han experimentado en todas las edades. Pero este argumento se refuta a sí mismo. Se las consideraba con justicia como «extraordinarias respuestas» precisamente porque son excepcionales. Nadie se atreverá a limitar lo que Dios hará por el creyente. Pero hacer de la experiencia de algunos la norma de fe de todos es uno de los mayores errores y lazos de la vida cristiana. Si estas promesas fuesen de aplicación universal, el hecho de que toda respuesta a la oración deba considerarse como extraordinaria en ningún sentido constituiría una prueba de una apostasía general.
Un examen detallado de los pasajes de las Epístolas que se refieren a esta cuestión iría mucho más allá de los límites de una nota. Uno más podrá ser suficiente. Aludo a las conocidas palabras de Filipenses 4:6-7: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». Es una cosa seria hacer peticiones incondicionales a Dios. Al registro de estas oraciones se pueden a menudo añadir las solemnes palabras: «Y él les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos». Ezequías oró de esta manera. Demandó una prolongación a su vida, y Dios concedió su petición; y los años de demás le dieron a su hijo Manasés, ¡y las consecuencias del pecado de Manasés (que Dios «no quiso perdonar») descansan aún como una plaga y una maldición sobre aquella nación! Este tipo de oración, lo voy a decir abiertamente, es impropia del cristiano. ¡Qué diferente es la enseñanza del Espíritu de Dios! Es posible que la vida del esposo o de la esposa, del padre o del hijo, esté en el fiel de la balanza: ¿Cuál habrá de ser la actitud del creyente? ¿Clamar como Ezequías clamó, e incurrir en los terribles riesgos que la respuesta pueda comportar? ¿O «en toda oración y ruego, con acción de gracias», dejar la petición delante de Dios; y habiendo así dejado la petición delante de Él, confiar en Su amor y en Su sabiduría respecto a la conclusión? Así es como el apóstol oró cuando buscaba alivio a aquel misterioso obstáculo a su ministerio; y el rechazo a su petición, en lugar de inducirle a la amargura en su alma, sirvió solamente para enseñarle más del «poder de Cristo» (2 Co. 12:8-9). Y, por encima de todo, así fue como el Maestro oró en el huerto de Getsemaní (Mt. 24:39-42).
La oración, en la era de Pentecostés, era como extender cheques para obtener efectivo en caja. La oración de la dispensación cristiana —esto es, de la vida de la fe— es dar a conocer nuestras peticiones a Dios y quedar en paz. Si el asunto que planteamos quedase dentro de la capacidad de un amigo para solucionarlo —de un amigo en cuya sabiduría confiamos y de cuya amistad estamos totalmente seguros— ¿no deberíamos contentarnos con decir, después de decírselo todo: «Ahora ya sabes mis sentimientos y mis deseos, y lo dejo todo en tus manos»? Y Dios nos invita precisamente a esto.

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[1] Santiago 5:14 puede ser una excepción. Pero sin suscitar la cuestión acerca de si «los ancianos de la iglesia» se han de hallar en nuestros días en existencia, podrá ser suficiente señalar que esta epístola, al estar expresamente dirigida a Israel (cap. 1:1), pertenece dispensacionalmente a la era pentecostal, que será renovada cuando Israel sea restaurado.
[2] Ver el capítulo 5. Tengo la convicción de que serán igualmente ciertas en la dispensación que todavía está en el futuro; pero no entro aquí en estas cuestiones.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

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